Saber y querer, curiosa y dinámica mezcla capaz de hacerte pensar por un momento que eres el rey del mambo, que puedes obtener algo que realmente te atrae en el momento que quieres, pero no.
Aún siendo el hombre más sabio del mundo y con más capacidad de querer que una abuelita a su nieto recién nacido, la posibilidad condiciona todo de tal manera que abate tus intenciones con la misma fuerza que el Vesubio hizo con la gran Pompeya.
Y como Pompeya, todos somos alguna vez abatidos por la imposibilidad de querer algo que sabemos nos dará felicidad, pero ya se suele decir que los sentimientos son como puñales, que en vez de penetrar lentamente se clavan como espadazos en plena guerra de Troya.
Ante esta condición que la naturaleza nos impone, se le ven sumados el resto de factores que cada uno añadimos o a cada uno nos añaden, lo cual nos hace vivir en una situación bastante bipolar que en muchas ocasiones se ve influenciada o por una gran felicidad capaz de hacerte sentir que puedes con todo o por una desastrosa tristeza en la cual reflejas tu inutilidad y desgracia.
Pero una vez has experimentado las dos sensaciones, y sabes que aún habiendo sufrido la vacuna pueden seguir afectándote como si nada hubiera pasado, comienzas a pensar que quizá la solución sea en dejar de querer, en dejar de ilusionarte.